
Por Micaela Baialardo
Y ya escribía Naomi Wolf en los 90 's: “Durante la última década, las mujeres han irrumpido en la estructura del poder; al mismo tiempo, los trastornos en la alimentación han ido aumentando en progresión geométrica y la cirugía plástica se ha convertido en la especialidad médica de más rápido desarrollo. Durante los últimos cinco años, los gastos de consumo se han duplicado, la pornografía se ha transformado en el principal sector de los medios de comunicación, por encima de la cinematografía común y de los discos, y 33.000 mujeres norteamericanas manifestaron en las encuestas que preferían rebajar de cinco a siete kilos de peso antes que alcanzar cualquier otra meta”. (p. 14)
Son preguntas que me hago a diario... ¿Por qué he conocido más mujeres que hombres padecer trastornos alimentarios? ¿Por qué si en los últimos años hemos, como mujeres, avanzado increíblemente sobre nuestros derechos, nos sentimos cada día más oprimidas en relación a nuestro cuerpo? Todos los días me lo respondo y me lo vuelvo a preguntar.
La mujer atraviesa por un sinfín de presiones estéticas desde que nace o quizás antes, desde que nos han imaginado de tal o cual forma. La primera presión estética: recién nacida nos agujerean las orejas para colocarnos diminutos aros de perlas. Estos aros que ya nos están imponiendo algo, como mujer debemos usar aros para vernos más bellas.
A medida que crecía la presión estética se fue difundiendo a cada una de las partes de mi cuerpo, sin discriminar. Siempre había algo que debía cambiar. Quizás alguien se pregunte cuál es la relación que estoy haciendo entre trastornos alimentarios y la presión social sobre lo estético y los ideales de belleza. Sé, que es mucho más complejo, pero puedo hacer el intento de relacionar esta problemática con una cultura a la que estamos tan arraigados que llegamos a naturalizar su imposición, terminando siendo como suele decirse, “esclavos felices”.
Los trastornos alimentarios, si discriminan en género, porque la sociedad lo ha hecho. Mientras al hombre se le imponen un par de presiones estéticas tener el cuerpo marcado y fibroso, a nosotras, mujeres diez más entre ellas, ser delgadas pero no tanto, estar bronceadas hasta un cierto punto, tener pecho y cola pero que no parezca vulgar, depilarnos con la excusa de que es “más higiénico”, el cabello en lo posible lacio, y un sin fin de pautas que podría estar horas enumerando.
Sontag (1975) plantea: “Las mujeres son educadas para ver sus cuerpos en partes, y para evaluar cada parte de forma separada. Senos, pies, caderas, cintura, cuello, ojos, cutis, cabello, y así –cada uno es sometido a menudo a un irritable y desesperado escrutinio. Incluso si algunos pasan la prueba, siempre serán encontrados defectuosos. Nada menos que la perfección”. Nos han enseñado a valorar nuestro cuerpo en partes, pequeñas porciones que deberían lucir armónicas estéticamente cuando se unen. Ya no es suficiente solo con la delgadez, además se necesita eliminar todo aquello que rompa la armonía: marcas, celulitis, estrías, etc. Esto indiscriminadamente se relaciona con la alimentación, porque... ¿Cómo podemos sentir que tenemos el control sobre nuestro cuerpo? Regulándolo a través de la ingesta de alimentos aceptados, y socialmente sobrevalorados. La cultura de la dieta se convirtió en una nueva forma de dominación, las grandes corporaciones de alimentación y belleza se han dado cuenta que pueden actuar sobre nuestros cuerpos de una manera mucho más sutil pero no por eso menos invasiva: estirarlos, reducirlos, comprimirlos, con el fin de mantenernos alienadas, es la solución perfecta para que el mercado de productos dietéticos, de polvos mágicos y dietas milagrosas funcione. ¿Y qué beneficio tiene esto para nosotras? Solo pseudo beneficios en la esfera imaginaria, una supuesta vida mejor, un abanico de promesas que jamás se cumplirán, porque nunca será suficiente, de lo contrario cada día vemos más mujeres e incluso niñas pequeñas que tienen dificultades en la percepción de su imagen corporal. Las lágrimas y el autosabotaje desbordan los probadores de ropa, muriendo de hambre por un poco de satisfacción las mujeres concurren a gimnasios solo con el objetivo de bajar de peso anhelando modificar cada rincón de su cuerpo. Otras mujeres, aquellas que padecen trastornos alimentarios, a las que este escrito refiere en particular, cayeron en la trampa más que nadie, llevaron la premisa del ideal de belleza y la hegemonía más allá de los límites, creyeron que el mundo estético podría brindarles algo más que solo desgracias, que las colocaría en ese lugar utópico y tan prometido: la perfección.
Si bien las problemáticas vinculadas a la alimentación no surgen hoy en el siglo XXI, sino que ya se pueden rastrear casos en el siglo XIX, y seguramente antes, nuestra época se destaca por el aumento progresivo de mujeres, en su mayoría, que padecen trastornos alimentarios. Hoy en día los síntomas se mimetizan a la oferta constante de una sociedad de consumo, aparecen nuevos padecimientos poco estudiados, pero ya rotulados, un ejemplo, la ortorexia, descrito como la obsesión por comer saludable, vinculado directamente con la oferta de productos 0 calorías, light, reducido en grasas, saludable, dietético. Lo que sucede es que transitamos de tener la necesidad de comer a requerir ciertos tipos de productos. El consumo comienza a ser una vía para el éxito, y la autorrealización.
A través de mensajes implícitos y otras veces completamente explícitos en las publicidades se nos habla en tono de verdad absoluta y todo aquello que no entre dentro de esa verdad es censurado, pareciera no haber espacio para lo otro, lo diferente. El poder se ejerce en nombre de ciertas verdades y esto impacta sobre el cuerpo. ¿Qué pasaría si las niñas pudieran elegir su propia verdad? ¿Qué sucedería si podríamos elegir más allá de las ofertas de la cultura? El cambio sería muy impactante. Es esencial que se comiencen a visualizar un abanico de posibilidades y opciones diferentes a las que estamos socialmente acostumbradas.
Luego de que toda una cultura nos trate como objeto de consumo, como muñecas que pueden moldear según las necesidades del mercado, después de habernos impuesto desde pequeñas más de cien dietas diferentes, y repetirnos una y otra vez que nunca íbamos a ser suficiente, nos tiran al vacío. Esa cultura que nos exprimió y aplastó hasta lo último queda exenta de toda responsabilidad cuando todo lo que nos enseñaron se empieza a desviar por el lado de lo patológico, en el preciso momento en que afloran los síntomas. los vómitos en baños a escondidas, cuando los huesos comienzan a aparecer, cuando el ejercicio físico se torna excesivo. Después de que toda una cultura haya aplaudido y alabado cada una de las prácticas en contra de la libertad de nuestro cuerpo, justo ahí nos expulsan en caída libre, cargando con la culpa y el estigma que un trastorno alimentario conlleva, ya no hay nadie a quien echar culpa, la anorexia, la bulimia, el trastorno por atracón pasan a ser solo responsabilidad de quien lo padece, porque según esta cultura “somos responsables de nuestras decisiones y de nuestra propia vida” (por lo tanto, de todas nuestras desgracias).
Comienzan a aparecer los comentarios desafortunados “Metele ganas”, “¿Qué tan difícil es comer?”, “Ya estás muy flaca”, “Deberías subir de peso”. Pero nadie se ha puesto a pensar que de alguna manera fuimos víctimas de la cultura desde un principio, porque desde tiempos inmemorables el cuerpo de la mujer fue tomado como un objeto, expresión de belleza, salud, prestigio, y perfección.
Teniendo en cuenta esto, no es nada sencillo sanar dentro de una cultura que constantemente busca “arreglarnos”. Ser mujer hoy y luchar contra un trastorno alimentario es ir en contra de todo un sistema que avala prácticas patologizantes buscando su propio beneficio.
Sería reduccionista y equivocado plantear que los trastornos de la alimentación son solo efecto de la presión estética y los ideales de belleza. Es condición necesaria para su desarrollo la presencia de factores de diversa índole (subjetivos, familiares, sociales, etc.). Sin embargo, creo que el aumento desmedido del padecer en la esfera alimentaria en nuestra época no es casual.
Los trastornos alimentarios son en sí mismos síntomas que describen una sociedad que ha abandonado la “subjetividad” del propio “sujeto” y se ha abocado a alienarnos como parte de su espectáculo de supuestas verdades incuestionables.
Referencias
Sontag, S. (1975) La belleza de la mujer - Ensayo: revista Vogue
Wolf, N. (1990). El mito de la belleza. Barcelona: Emecé Editores
Y ya escribía Naomi Wolf en los 90 's: “Durante la última década, las mujeres han irrumpido en la estructura del poder; al mismo tiempo, los trastornos en la alimentación han ido aumentando en progresión geométrica y la cirugía plástica se ha convertido en la especialidad médica de más rápido desarrollo. Durante los últimos cinco años, los gastos de consumo se han duplicado, la pornografía se ha transformado en el principal sector de los medios de comunicación, por encima de la cinematografía común y de los discos, y 33.000 mujeres norteamericanas manifestaron en las encuestas que preferían rebajar de cinco a siete kilos de peso antes que alcanzar cualquier otra meta”. (p. 14)
Son preguntas que me hago a diario... ¿Por qué he conocido más mujeres que hombres padecer trastornos alimentarios? ¿Por qué si en los últimos años hemos, como mujeres, avanzado increíblemente sobre nuestros derechos, nos sentimos cada día más oprimidas en relación a nuestro cuerpo? Todos los días me lo respondo y me lo vuelvo a preguntar.
La mujer atraviesa por un sinfín de presiones estéticas desde que nace o quizás antes, desde que nos han imaginado de tal o cual forma. La primera presión estética: recién nacida nos agujerean las orejas para colocarnos diminutos aros de perlas. Estos aros que ya nos están imponiendo algo, como mujer debemos usar aros para vernos más bellas.
A medida que crecía la presión estética se fue difundiendo a cada una de las partes de mi cuerpo, sin discriminar. Siempre había algo que debía cambiar. Quizás alguien se pregunte cuál es la relación que estoy haciendo entre trastornos alimentarios y la presión social sobre lo estético y los ideales de belleza. Sé, que es mucho más complejo, pero puedo hacer el intento de relacionar esta problemática con una cultura a la que estamos tan arraigados que llegamos a naturalizar su imposición, terminando siendo como suele decirse, “esclavos felices”.
Los trastornos alimentarios, si discriminan en género, porque la sociedad lo ha hecho. Mientras al hombre se le imponen un par de presiones estéticas tener el cuerpo marcado y fibroso, a nosotras, mujeres diez más entre ellas, ser delgadas pero no tanto, estar bronceadas hasta un cierto punto, tener pecho y cola pero que no parezca vulgar, depilarnos con la excusa de que es “más higiénico”, el cabello en lo posible lacio, y un sin fin de pautas que podría estar horas enumerando.
Sontag (1975) plantea: “Las mujeres son educadas para ver sus cuerpos en partes, y para evaluar cada parte de forma separada. Senos, pies, caderas, cintura, cuello, ojos, cutis, cabello, y así –cada uno es sometido a menudo a un irritable y desesperado escrutinio. Incluso si algunos pasan la prueba, siempre serán encontrados defectuosos. Nada menos que la perfección”. Nos han enseñado a valorar nuestro cuerpo en partes, pequeñas porciones que deberían lucir armónicas estéticamente cuando se unen. Ya no es suficiente solo con la delgadez, además se necesita eliminar todo aquello que rompa la armonía: marcas, celulitis, estrías, etc. Esto indiscriminadamente se relaciona con la alimentación, porque... ¿Cómo podemos sentir que tenemos el control sobre nuestro cuerpo? Regulándolo a través de la ingesta de alimentos aceptados, y socialmente sobrevalorados. La cultura de la dieta se convirtió en una nueva forma de dominación, las grandes corporaciones de alimentación y belleza se han dado cuenta que pueden actuar sobre nuestros cuerpos de una manera mucho más sutil pero no por eso menos invasiva: estirarlos, reducirlos, comprimirlos, con el fin de mantenernos alienadas, es la solución perfecta para que el mercado de productos dietéticos, de polvos mágicos y dietas milagrosas funcione. ¿Y qué beneficio tiene esto para nosotras? Solo pseudo beneficios en la esfera imaginaria, una supuesta vida mejor, un abanico de promesas que jamás se cumplirán, porque nunca será suficiente, de lo contrario cada día vemos más mujeres e incluso niñas pequeñas que tienen dificultades en la percepción de su imagen corporal. Las lágrimas y el autosabotaje desbordan los probadores de ropa, muriendo de hambre por un poco de satisfacción las mujeres concurren a gimnasios solo con el objetivo de bajar de peso anhelando modificar cada rincón de su cuerpo. Otras mujeres, aquellas que padecen trastornos alimentarios, a las que este escrito refiere en particular, cayeron en la trampa más que nadie, llevaron la premisa del ideal de belleza y la hegemonía más allá de los límites, creyeron que el mundo estético podría brindarles algo más que solo desgracias, que las colocaría en ese lugar utópico y tan prometido: la perfección.
Si bien las problemáticas vinculadas a la alimentación no surgen hoy en el siglo XXI, sino que ya se pueden rastrear casos en el siglo XIX, y seguramente antes, nuestra época se destaca por el aumento progresivo de mujeres, en su mayoría, que padecen trastornos alimentarios. Hoy en día los síntomas se mimetizan a la oferta constante de una sociedad de consumo, aparecen nuevos padecimientos poco estudiados, pero ya rotulados, un ejemplo, la ortorexia, descrito como la obsesión por comer saludable, vinculado directamente con la oferta de productos 0 calorías, light, reducido en grasas, saludable, dietético. Lo que sucede es que transitamos de tener la necesidad de comer a requerir ciertos tipos de productos. El consumo comienza a ser una vía para el éxito, y la autorrealización.
A través de mensajes implícitos y otras veces completamente explícitos en las publicidades se nos habla en tono de verdad absoluta y todo aquello que no entre dentro de esa verdad es censurado, pareciera no haber espacio para lo otro, lo diferente. El poder se ejerce en nombre de ciertas verdades y esto impacta sobre el cuerpo. ¿Qué pasaría si las niñas pudieran elegir su propia verdad? ¿Qué sucedería si podríamos elegir más allá de las ofertas de la cultura? El cambio sería muy impactante. Es esencial que se comiencen a visualizar un abanico de posibilidades y opciones diferentes a las que estamos socialmente acostumbradas.
Luego de que toda una cultura nos trate como objeto de consumo, como muñecas que pueden moldear según las necesidades del mercado, después de habernos impuesto desde pequeñas más de cien dietas diferentes, y repetirnos una y otra vez que nunca íbamos a ser suficiente, nos tiran al vacío. Esa cultura que nos exprimió y aplastó hasta lo último queda exenta de toda responsabilidad cuando todo lo que nos enseñaron se empieza a desviar por el lado de lo patológico, en el preciso momento en que afloran los síntomas. los vómitos en baños a escondidas, cuando los huesos comienzan a aparecer, cuando el ejercicio físico se torna excesivo. Después de que toda una cultura haya aplaudido y alabado cada una de las prácticas en contra de la libertad de nuestro cuerpo, justo ahí nos expulsan en caída libre, cargando con la culpa y el estigma que un trastorno alimentario conlleva, ya no hay nadie a quien echar culpa, la anorexia, la bulimia, el trastorno por atracón pasan a ser solo responsabilidad de quien lo padece, porque según esta cultura “somos responsables de nuestras decisiones y de nuestra propia vida” (por lo tanto, de todas nuestras desgracias).
Comienzan a aparecer los comentarios desafortunados “Metele ganas”, “¿Qué tan difícil es comer?”, “Ya estás muy flaca”, “Deberías subir de peso”. Pero nadie se ha puesto a pensar que de alguna manera fuimos víctimas de la cultura desde un principio, porque desde tiempos inmemorables el cuerpo de la mujer fue tomado como un objeto, expresión de belleza, salud, prestigio, y perfección.
Teniendo en cuenta esto, no es nada sencillo sanar dentro de una cultura que constantemente busca “arreglarnos”. Ser mujer hoy y luchar contra un trastorno alimentario es ir en contra de todo un sistema que avala prácticas patologizantes buscando su propio beneficio.
Sería reduccionista y equivocado plantear que los trastornos de la alimentación son solo efecto de la presión estética y los ideales de belleza. Es condición necesaria para su desarrollo la presencia de factores de diversa índole (subjetivos, familiares, sociales, etc.). Sin embargo, creo que el aumento desmedido del padecer en la esfera alimentaria en nuestra época no es casual.
Los trastornos alimentarios son en sí mismos síntomas que describen una sociedad que ha abandonado la “subjetividad” del propio “sujeto” y se ha abocado a alienarnos como parte de su espectáculo de supuestas verdades incuestionables.
Referencias
Sontag, S. (1975) La belleza de la mujer - Ensayo: revista Vogue
Wolf, N. (1990). El mito de la belleza. Barcelona: Emecé Editores
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