El virus ACSP: La productividad y la imposición


Por Pablo Faienza.

Sería un sin-sentido realizar una extensa introducción hablando de lo particular de la situación sanitaria actual. Ya es de público conocimiento cómo la pandemia del coronavirus ha arrojado al ser humano a replegarse en sus jaulas en forma de PH, departamentos, monoambientes, pisos y doble pisos. Pero creo que no fuimos conscientes de que, en las últimas semanas, se ha esparcido una plaga que se propagó en el terreno de las telecomunicaciones y que fue pasada de alto por la OMS: la plaga del “aproveche la cuarentena para ser productivo”. Este nuevo virus (o ACSP) se presenta bajo un mandato directo de que la persona recluida en su casa, debe realizar todo lo que ha querido pero no ha podido concretar en su momento: leer ciertos libros, aprender idiomas, tener una rutina de ejercitación física, adquirir hábito y técnica para cocinar, entre otras. Ahora, ante la cantidad de oferta virtual de actividades, cursos y seminarios, y con el “regalo del tiempo” que se nos dispone… hablaría muy mal de nosotros/as si no somos “productivos”, tal como achaca la célebre frase que se viralizó durante estos días:



Si no sales de esta cuarentena con un libro leído, una habilidad nueva, un negocio nuevo o más conocimiento que antes… no era falta de tiempo, era falta de ganas. 

Hay muchas preguntas y cuestiones que nos surgen a partir de esta premisa del ACSP.


Producción y goce

La palabra “producción” en psicoanálisis tiene bastante importancia. Pero hagamos un poco de historia y vayamos a los inicios: La terapéutica freudiana revirtió esa posición de saber que se colocaba en la figura del médico, para ponerla del lado del paciente. Era éste último quien poseía ese “saber no sabido” y era el médico quien debía acompañarlo a descubrirlo. A medida que los desarrollos teóricos y clínicos de Freud fueron avanzando, siempre se buscó guiar al sujeto a que pueda poner en palabras aquello tan singular y profundo de sí mismo, para que propiciara un efecto restructurante que le permita liberarlo de las tendencias que lo aquejaban.

Éstas tendencias podían erigirse también como inhibiciones, como imposibilidades para la realización de actividades. Por eso, Freud afirma que "[…] no puede postularse para el tratamiento ninguna otra meta que una curación práctica del enfermo, el restablecimiento de su capacidad de rendimiento y de goce" (1). En las Conferencias de Introducción al Psicoanálisis retoma esta idea, pero utiliza la palabra “producción” en lugar de “rendimiento”.

Freud es amplio a la hora de tomar al sujeto en la dirección de la cura, algo que se vislumbra en toda su teoría: no sigue a la regla del “si se quiere, se puede”, lo cual implicaría que, si no se hace, es “por falta de ganas”. De más está decir que la posibilidad de producción de un sujeto está atada a muchos condicionantes, esquemas dinámicos específicos, así como a particularidades propias de cada situación (una de ellas, actualmente, es la incertidumbre… que veremos en un apartado más adelante).

Por eso no se niega que una persona efectivamente podría no haber tenido ganas de realizar cierta actividad y haberse dado cuenta en este tiempo de aislamiento, pero hacer de un caso particular una generalización, parece un análisis bastante neandertal. En todo caso, lo productivo aquí es otra cosa.


Productivo… ¿Para quién?

El imperativo implica que se debe “ser productivo” en estos tiempos de reclusión social. El problema viene cuando descubrimos que bajo la categoría “productivo” existe una enorme lista de concepciones que difieren y se contradicen mutuamente. No es algo universal.

El otro día concreté una videollamada con un amigo y, entre tantas cosas que charlamos, le pregunto sobre cómo venía llevando estas semanas de cuarentena. Me responde que en los últimos días pudo darse cuenta [cito] “de muchas cosas que venía sosteniendo y que por ahí eran totalmente innecesarias, insostenibles de mi parte… me cayó la ficha de una. Y sentí mucho alivio cuando me puse a pensar. Pero sólo eso. Bastante improductivo en general”.

“¿Improductivo?”, le replico.

“Bueno sí, o sea no estuve trabajando y me la paso mirando noticias o clavado en Netflix”.

Me surge la pregunta, con respecto al hecho particular: ¿Por qué este cierto movimiento introspectivo no se consideró como algo productivo? Fácil. Porque esta imposición del ACSP también incluye el imperativo sobre qué cosas son buenas y qué no lo son. Regido bajo la misma lógica capitalista de producción, encontramos el discurso del amo plasmado en este nuevo virus ACSP: aprendé idiomas, leé libros, movete adentro de tu casa, trabajá y estudiá… fuera de eso, todo está mal, todo es improductivo. Y desde esta perspectiva, creo que logramos dar con la sopa de Wuhan: como si aquel ente supremo que domina el sistema, exaltado al ver que los obreros no le producen, se ajustara a las condiciones del momento y adoptara la forma del ACSP para asegurarse que no pierdan el rendimiento a la vuelta de las actividades, que vuelvan como mejores obreros.

Considero importante recuperar esta noción de productividad, salirse de la concepción general, y poder destacar los movimientos que resultan productivos para uno mismo, por más que la regla universal no lo considere tal.

Aquellos que promueven aquel mensaje hegemónico de productividad con fines de suscitar el entretenimiento y evitar las angustias/ansiedades, caen bajo el peligro de colocarse al servicio del discurso del amo. 
La imposición no es la solución. 
“¿Has actuado conforme al deseo que te habita?”

Cuando no hay ningún tipo de producción

¿Cómo se explica esta falta total de producción? Es decir, cuando no se hace absolutamente nada e insiste una sensación de malestar.
Como se citó previamente, puede haber una tendencia persistiendo en el sujeto que impida que pueda realizar ciertas actividades, pero hablar de una sola causa para todos los casos, sería harto reduccionista. La actual situación tiene varias aristas que han sido estudiadas y tratadas por muchos expertos en el tema: el aislamiento, falta de lazos, el miedo, el silencio, entre otros. Particularmente, voy a tomar una cuestión específica que podría englobar a todas y darnos un pantallazo del condicionante por excelencia que influye actualmente en las subjetividades: la incertidumbre.

Definiendo: entendida como la falta de certeza (certidumbre).

Si hacemos un análisis crítico del discurso medico durante estos meses sobre el COVID-19, nos sorprenderá descubrir que hay una enorme diversidad de postulados: qué el barbijo no, después que sí; que el virus no permanece en aire, que el virus se mantiene hasta 3 horas suspendido; que se desestima los antiinflamatorios, que los antiinflamatorios no están contraindicados… y así.

A cada rato vemos publicidades sobre cuidados preventivos para evitar el contagio, como el uso de desinfectantes, mantener la distancia social, y tips sobre como lavarse las manos. Esto último creo que es innecesario. Este país podrá tener muchas cosas a mejorar, pero si hay algo que no falta, es gente con técnica para lavarse las manos.

Ante el panorama sanitario actual, estamos nosotros/as como espectadores desde nuestras casas, viendo cómo el virus parece haber dejado en offside a toda la sociedad médica mundial, cómo la economía global se desploma, los negocios no abren y sus empleados nada saben sobre sus puestos de trabajos, varias pymes cierran, los precios suben, y la televisión se ha vuelto un reality show que anuncia los números oficiales sobre enfermos-muertos. Hasta algunos se dieron cuenta que el “quedarse en casa” es un privilegio que otros no tienen… 


Nadie sabe que va a pasar mañana. Frente a esta enorme incertidumbre nos encontramos envueltos todos y todas. 


La cuarentena como síntoma

El nuevo coronavirus (COVID-19) ha sido declarado pandemia el 11 de marzo del 2020 por la OMS, debido al alto nivel de contagiados que estaba adquiriendo en países de Europa y Asia (donde nació), por lo que varios mandatarios de estos países declararon la cuarentena general en todo su territorio. Aquí en Argentina, la cuarentena obligatoria rige desde el 20 de marzo, como medida preventiva para evitar la transmisión comunitaria, lo que implica que todas y todos nos recluyamos en nuestros hogares para frenar la propagación del contagio. Así, de esta manera, se reduce el riesgo de generar un brote masivo que podría colapsar todo el sistema de salud, en pos de achicar el número de enfermos (por ende, también de fallecidos) lo máximo posible.

Ahora, ante esta situación de aislamiento, se nos ofrece una gran cantidad de actividades que se pueden realizar por medio de plataformas virtuales como Zoom, Skype, Facebook, Instagram Live, Aulas virtuales, etc. Es mucha la oferta de cursos y seminarios gratuitos que la gente puede tomar para aprender cosas nuevas. Hasta ahí, no hay problema.

El problema viene cuando se toma a la cuarentena como “bendición” o como “un regalo de tiempo” que, si no es aprovechado para realizar todas las actividades que se nos ofrece, es tiempo perdido. ¿Por qué es un problema entenderla así? Porque la cuarentena no es un retiro espiritual, no es un campamento de verano, no es una bendición ni un tiempo que se nos regala. La cuarentena es un síntoma directo de una amenaza invisible que asecha contra nuestra integridad física; es directa consecuencia de una pandemia que ya lleva más 3 millones de infectados y unos 200.000 fallecidos (en aumento); y es resultante del colapso del sistema de salud de varias potencias de Europa. En este sentido, el síntoma no puede verse nunca como una oferta, por lo que connotarlo positivamente (per via di porre) lo aleja de su concepción real.


Que una persona no realice absolutamente ninguna actividad de la que se nos ofrece es sumamente entendible, y bajo ningún punto de vista deberá achacárselo, porque creo que está claro que detrás del cierre de la frase viralizada (“no era falta de tiempo… era falta de ganas”) hay un claro mensaje al estilo “después no te quejes”.


Bibliografía

Freud, S. (1912). “El método psicoanalítico de Freud” (1)
Freud, S. (1916-17). “Conferencias de introducción al psicoanálisis”
Lacan, J. (1959-60). “Seminario 7: La ética del psicoanálisis”