
Por Iván Zonta.
Hace no mucho tiempo publicamos un artículo en el que nos preguntábamos acerca del género del terror en el séptimo arte y de su relación con el contexto histórico que la sociedad estaba atravesando en la época en que la obra fue publicada. Ahora tocará ocuparnos de otro ingrediente que no es análogo al terror, pero que se relaciona en gran medida. Y es que el suspenso, en cuanto expresión artística, suele estar íntimamente relacionado con el miedo en la cultura general. Esto, por supuesto, no es un buen indicio a destacar, sino todo lo contrario, precisamente porque a lo largo de los años y, en parte por motivo de la comercialización del cine, el concepto de “suspenso” se ha ido difuminando de manera gradual, quedando fuertemente encadenado a aquellos recursos cinematográficos que, por decirlo de algún modo, “enganchan” al espectador para que siga viendo la película, independientemente del nivel artístico que ésta tenga.
Pero suspenso y terror no son una misma cosa, aun cuando puedan estar muy relacionadas entre sí. Es difícil hoy en día encontrar una película de terror que no recurra al suspenso para alcanzar su acometido, pero las hay. En Midsommar, una gran obra de terror del año 2019, Ari Aster logra consumar un escenario de perfecto estremecimiento sin acudir a la ayuda del suspenso en casi ninguna escena. Por el contrario, la clásica película de Brian De Palma “Los intocables” (1987), nos obsequia una de las escenas de suspenso más gloriosas de la historia del cine sin que ello se tratase de algo terrorífico: me refiero a la famosa secuencia de la estación de metro donde los protagonistas se enfrentan a un tiroteo con la mafia al mismo tiempo que tienen que rescatar a un niño que cae en su cochecito por las escaleras. Una escena impecable de extrema tensión que muy lejos se encuentran del clásico cine de terror.
Pero si nos atrevemos a excavar aún más profundo podemos decir incluso, que suspenso y terror se excluyen entre sí. ¿En qué sentido? Precisamente en el hecho de que una escena no puede abarcar el miedo y el suspenso de manera simultánea. Es cierto que una película puede oscilar entre escenas de miedo y de suspenso, pero si vemos, por ejemplo, a una adolescente caminando por un jardín ominoso con una melodía sombría de fondo y si suponemos, además, que Freddy Krueger (1984) está a punto atacar, lo que estamos sintiendo no es tensión, sino francamente, miedo. Si hay miedo, entonces no hay suspenso.
Pongamos como ejemplo dos películas icónicas de la década de los 70: Alien (1979) y Tiburón (1975). En la primera se nos presenta un monstruo espeluznante desde los primeros minutos de la película, a partir de allí, el extraterrestre se esconde en los ductos de la nave y comienza su matanza desde las oscuridades. A lo largo del film, el espectador se encuentra en una situación de pavura constante porque no sólo desconoce dónde y cuándo puede encontrarse al alienígena, sino además, porque es consciente de aspecto aterrador que este posee. El público vive en carne propia el pánico que sienten los protagonistas de la película al saber que hay un octavo pasajero dispuesto a asesinarlos y no tienen escapatoria de la nave. La película de Alien (1979) recurre a algunas escenas de suspenso, pero en su mayoría, se trata de un gran film de terror.
Por su parte, Tiburón (1975) tiene una trama similar en algún punto, pero con una diferencia que es radical. Y es que la presencia del gran monstruo no se hace notar hasta casi finalizado el film. Uno puede advertir que se trata de un tiburón gigante y peligroso, pero éste nunca es mostrado en cámara como en la otra película. En este film, cada vez que el tiburón se encuentra al acecho, el espectador no absorbe el miedo de los protagonistas (que ni siquiera son conscientes de que van a ser atacados), sino que es capturado por una situación de total estremecimiento ante la posibilidad de que ocurra (o no) un ataque. Solo al final de la película, el monstruo es expuesto en cámara y uno puede ser testigo de una situación de auténtico terror. Tiburón es, en su mayoría, una película de suspenso aun cuando en lo corriente pertenezca al género del terror. Lo que hace maravillosa a esta película no es el miedo, sino la tensión.
Pero entonces ¿De qué hablamos cuando hablamos de suspenso? La respuesta, por supuesto, no es fácil de alcanzar. Pero para poder incursionar en ella, será beneficioso adentrarnos a lo que fueron los primeros peldaños del cine moderno y hacer hincapié en el gran responsable de que el suspenso haya sido en sus buenos tiempos, una magnífica pieza de arte.
El maestro del suspenso:
Alfred Hitchcock es, quizá, el cineasta clásico más recordado, reconocido y renombrado de toda la historia. Centenares de películas han sido inspiradas o dedicadas a él, grandes cineastas han hecho honor a su obra y una cantidad incontable de ficciones han intentado recrear o parodiar algunas de sus grandes películas. Hitchcock fue un cineasta que revolucionó el séptimo arte desde el asiento de director, pero esto no fue únicamente por su oficio. En su vasta carrera, dirigió películas de terror, acción, drama, thriller y hasta comedias. Pero ¿Qué fue precisamente lo que convirtió a este pequeño cineasta británico en un director tan aclamado?
Alfred Hitchcock era, lo que se dice, un verdadero “arquitecto” de la gran pantalla. Siendo aún muy joven y teniendo muy poca experiencia profesional pudo ser capaz de reconocer la importancia de la imagen a la hora de trasmitir una idea. El modo en que ésta era mostrada, el momento exacto, los motivos, los colores o tonalidades e, incluso, los sonidos que la acompañaban, podían trasmitir un mensaje en sí y por sí mismas. Por ello, a lo largo de su carrera, Hitchcock fue dándole cada vez más y más importancia al modo en que la historia era contada al punto tal que, de algún modo, los medios a partir de los cuales se trasmitía el mensaje llegaran a ser tan importante como el mensaje mismo.
Así, sobre este principio fundamental se erige toda la obra Hitchcocktiana: el medio es el mensaje. Y precisamente por esto para Hitchcock resultaba absolutamente esencial tener todo planificado desde el principio. En su libro “El cine según…”, escrito por Truffaut (1974), Hitchcock confiesa que nunca rodaba una película sin tener planificado desde el primer minuto el modo en que lo iba a hacer, los materiales que iba a utilizar o los actores que encarnarían los personajes de sus historias. Para él, era preferible abandonar un proyecto, por más ambicioso que éste sea, antes que arruinar la trama por no encontrar el modo más preciso de contarla. Hitchcock era un obsesivo de su trabajo, en el sentido más sublime que el arte nos permita expresarlo.
Pero ¿Qué tiene que ver todo esto con el suspenso? Pues bien, todo lo anterior mencionado constituye los pilares necesarios para que el suspenso pueda ser ejecutado de manera soberbia. Es decir, para que una escena de suspenso pueda estar bien lograda, los elementos que en ella se presentan deben estar evidenciados desde el principio, de manera clara y precisa. El espectador debe conocerlos, familiarizarse con ellos, ser testigo oculto de las circunstancias, para poder advertir desde el principio cuál será el desenlace.
Pero hay aun algo más: para que una escena de suspenso sea lograda, el espectador debe ser presa de sus propias emociones y, además, el director debe ser capaz de jugar con esas emociones dilatando la situación al máximo posible, tensionando la escena hasta que parezca que un mínimo soplido de viento pudiera derribarla. La emoción es el ingrediente principal, la fórmula secreta del suspenso. Pongamos un ejemplo arrebatado al propio Hitchcock:
1. Supongamos que estamos observando a dos personas sentadas en una mesa teniendo una conversación. Una conversación corriente, sin sobresaltos ni temáticas extraordinarias. De repente, y sin que nosotros pudiéramos sospecharlo, una bomba alojada debajo de la mesa explota. ¿Eso es suspenso? Por supuesto que no. Ni esas personas, ni nosotros hubiésemos podido anticipar que algo así podría suceder.
2. Ahora bien, supongamos ahora que nosotros como espectadores pudimos ser testigos de cómo un sujeto colocó la bomba debajo de la mesa unos minutos antes de que estas dos personas se sentaran. Y supongamos, además, que nosotros sabemos que la bomba estallará exactamente en quince minutos. Somos testigos de un futuro crimen, pero no podemos advertir a las personas de la existencia de la bomba y, además, vemos impávidos como el reloj avanza aproximándose al horario sin que podamos hacer nada para evitarlo. Inquietante, ¿No?
Pues bien, en la primera escena nos encontramos ante una situación de sorpresa, frecuentemente utilizado en los “screamers” de las películas de terror. El segundo es un claro ejemplo del arte del suspenso, el espectador queda atrapado dentro de la historia, convirtiéndose en testigo ocular de aquello que los personajes desconocen. Lo interesante aquí es que el acento no está puesto en la historia (una bomba que estalla), sino que recae en el modo en que ésta es contada.
El suspenso es un arte extraordinario en su simpleza, y Hitchcock era muy consciente de ello. No era necesario el uso de un lenguaje sofisticado ni secuencias demasiado elaboradas para crear una gran situación de suspenso. El arte consiste en la dilatación deliberada de escenas que, o bien no dicen nada, o bien, anticipan un desenlace esperado con ansiedad. El espectador debe poder reconocer lo que está sucediendo, empatizar con el personaje y sentirse afligido por la tensión.
El cine de Hitchcock se encuentra plagado de acontecimientos de estas características. La escena final de “Los Pájaros” (1963), el partido de tenis en “Extraños en un tren” (1951) o la recordada investigación frustrada de la co-protagonista en “La ventana indiscreta” (1954) son solo algunos ejemplos para mencionar. De hecho, “Psicosis” (1960), el film más rememorado de este director, es una gran muestra de cómo trabajar el suspenso, puesto que la película misma es una gran escena de tensión dilatada al máximo. Pero vayamos al que, para mí, representa el ejemplo más claro para advertir de qué manera Hitchcock convierte una simple historia en una obra de arte utilizando únicamente el suspenso como herramienta.
"La soga"
Rope (1948), traducida al español como “La soga”, es una obra maestra de célebre director británico. Se trata de un film que revolucionó la historia del cine en muchos aspectos. Por un lado, porque fue la primera película producida a la vez que dirigida por Hitchcock y fue la primera película a color de este director. Pero además, porque transcurre en un único escenario (un departamento) y en un lapso horario increíblemente acotado (desde las 19:30 hs hasta las 21 hs).
Pero el ingrediente principal que hace a esta película revolucionaria, es que todo el film está narrado en un único plano secuencia. ¿Qué significa esto? Pues, se llama “plano secuencia” a la toma que dura desde que la cámara empieza a grabar la escena hasta que termina. Por tanto, constituiría un sofisticado recurso técnico y narrativo, extender un plano secuencia, dilatarlo de manera tal que en un único plano se muestren muchas escenas conjuntas que se van sucediendo en el tiempo y que, en general, necesitarían varias tomas distintas para ser mostradas. Realizar un prolongado plano secuencia implica mucho trabajo, tiempo y material para llevarse a cabo. ¿Podrían imaginarse ahora lo que implicaría realizar todo un film utilizando un único plano secuencia? La utilización de este método se popularizó en nuestros días a partir del estreno de Birdman (2014) y 1917 (2019), pero es muy poco frecuente en la historia del cine y extremadamente difícil de concretar. De hecho, existen solo dos películas reconocidas a nivel mundial que hayan sido rodadas en plenitud de esta manera: El arca rusa (2002) y Victoria (2015); las demás utilizan trucos de posproducción o de montaje para que el resultado final figure como si hubiera sido filmado de un solo tirón, aunque esto sea ilusorio.
Pues bien, si hoy en día es difícil de lograr, en la época de Hitchcock, esto resultaba materialmente imposible, puesto que en aquel momento los rollos de filmación duraban solo diez minutos y las cámaras eran monstruosamente grandes. Hitchcock se proponía realizar un trabajo imposible y debía encontrar el modo de ocultar los cortes necesarios para que no pudieran ser evidenciados por el público, pero esto no impidió que el resultado final fuera maravillosamente impactante. Además, por el tamaño y la complejidad de los instrumentos de filmación, Hitchcock tuvo que instalar rieles que permitieran el movimiento de las cámaras y de las paredes para poder desplazarse en el escenario. Este no es un detalle menor, aunque así parezca, puesto que los movimientos de cámara generan una ilusión como si el espectador estuviera penetrando en el escenario como un personaje más. Todo esto se encuentra debidamente detallado por el propio Hitchcock en el libro donde Truffaut lo entrevistó.
Pero volviendo a lo que nos concierne, ¿Qué tiene que ver todo esto con el suspenso? ¿Por qué elegir este film como un ejemplo paradigmático del uso del suspenso? Pues bien, hablemos un poco de la trama y alcancemos una conclusión en conjunto:
La historia de la película se nos presenta como una suerte de hipérbole, todo comienza y termina en un mismo punto. Si ocurre un asesinato, ¿Qué sucede a continuación? Uno podría pensar que el momento siguiente a un crimen, es su resolución; alguien descubre el cadáver y comienzan las investigaciones como en la serie “Criminal Minds” (2005 – 2022) o el asesino esconde el cuerpo y la película gira en rededor de sus complejidades morales, por ejemplo. Pero en este film no ocurre ni lo uno, ni lo otro.
Brandon y Phillip asesinan (sin un motivo claro) a David ahorcándolo con una soga. Esconden su cuerpo en un gran cofre que era utilizado para guardar libros e inmediatamente después comienzan a llegar los invitados a una fiesta.
Esta es, lisa y llanamente, la trama de la película. De ahí en más, todo lo que ocurra a continuación hasta el desenlace, es una gran dilatación de la historia en cuestión.
Los invitados son conocidos de David, el padre, su tía, su novia y un amigo (ex pareja de su novia). La supuesta idea de Brandon era la de esperar hasta que oscureciera y terminara la fiesta para enterrar el cadáver de David, alegando que, si ellos estuvieron en la fiesta con sus conocidos, entonces nadie podría culparlos del asesinato. Uno podría decir: el crimen perfecto.
La historia es, en sí misma, siniestra: las personas asisten a una fiesta, toman, se ríen, charlan y hasta se preocupan por la ausencia de David, sin siquiera sospechar que el cuerpo del muchacho está escondido en el mismo cajón que ellos están usando como mesa para servirse la comida. El ataúd donde se encuentra el personaje que se presenta como eje de la reunión está ubicado todo el tiempo en primer plano, siendo el centro, no sólo de la reunión, sino de la escena en pantalla, como en el célebre cuento de la carta robada (1844) de Edgar Allan Poe.
Pero hay algo más. A la reunión está invitado un personaje que, de alguna manera, contrasta con el resto. El profesor Rupert (el Dupin de nuestra historia) conoce a David, a Phillip y a Brandon por haber sido sus alumnos, pero no conoce al resto de las personas de la fiesta, eso nos lleva a preguntarnos como espectadores: ¿Por qué fue invitado?
Rápidamente podemos advertir los verdaderos motivos del crimen: Brandon estaba intentando ejecutar, como ya dijimos, el crimen perfecto y salir airoso de la situación. Pero para que un crimen pueda ser catalogado como “perfecto”, es necesario que existan personas que sean testigos del hecho y, a su vez, que sean lo suficientemente sagaz para dar cuenta de la perfección de lo acontecido.
En solo pocos minutos de comenzada la película, Hitchcock ya nos presentó todos los elementos puestos en escena, ahora nos concierne hablar de las emociones.
Brandon es un auténtico psicópata. Disfruta de lo retorcido de su plan, provoca a Phillips para que se sienta incomodo, introduce discusiones polémicas referentes a la moralidad o a la criminología filosófica, para gozar con todo lo acontecido y exhibir su grandeza. Pero Phillips teme ser descubierto, la culpa lo atormenta y se le aparece como un demonio que lo hostiga a lo largo de todo el film.
Y aquí entra en juego un elemento fundamental, pero aparentemente inofensivo. ¿Recuerdan la soga con la que fue asesinado el pobre David? Ésta será presentada a lo largo de toda la trama como un cabo suelto que representa y remite al atroz acontecimiento. La soga aparece y desaparece en reiteradas ocasiones generando en Phillips (y en los espectadores) una reminiscencia tan espeluznante que lo hace entrar en pánico por el riesgo de ser descubierto. La soga se nos presenta como el eje simbólico de toda esta historia. Representa lo sucedido en tiempo presente, recupera la imagen del difunto y aúna los cabos sueltos de un plan casi perfecto. Pero todo esto lo hace sin ser el centro de la escena en ningún momento.
Hasta aquí entra todo lo que puede decirse de la película. En cierta medida se ha contado todo, pero al mismo tiempo, no se ha contado nada. ¿Por qué? Precisamente porque lo espectacular no está en la trama, sino en el modo en que fue contada.
Cada segundo, cada detalle, cada nuevo tema de conversación, cada vez que alguien se acerca al cajón. Cada cosa que pasa es motivo de estremecimiento. Más temprano que tarde, el espectador comprende que la historia solo fue una excusa, que el único objetivo de todo esto es saber si al final, los asesinos serán descubiertos o no. Y es precisamente en este punto donde se encuentra lo atractivo, es en este punto que se desarrolla el arte.
Hasta aquí habrá de llegar la historia, y hasta aquí habrá de llegar nuestro artículo. Casi como si no hubiésemos dicho nada, intentamos pensar en conjunto una pieza sublime del séptimo arte como ha de serlo el suspenso. Una pieza que ha estado ahí desde el inicio del cine, que nos ha ido acompañando en mayor o menor medida en el disfrute a la hora de sentarnos a ver una obra, pero que pocas veces nos hemos dispuesto de contemplar. Y es que la estética en el mundo del cine es así: acompaña y embellece una obra aun cuando no podamos entenderla.
Dios quisiera que en la actualidad existan más películas como La soga, que destaquen en su excelencia y en su creatividad. Si bien es cierto que de tanto en tanto aparecen grandes películas de suspenso dentro de las denominadas “cine de autor” que incursionan en el género, lo cierto es que son pocos los directores que al día de hoy se presenten como grandes amantes del género como lo fue en algún momento el aclamado Alfred Hitchcock.
Pero la realidad es que su muerte no nos ha dejado vacíos, sino todo lo contrario. Este gran autor ha servido como maestro y pionero para que muchos otros profetas, dentro de los cuales se encuentran nada menos que Coppola, Di Palma, Scorsese o el gran Stanley Kubrick, que de alguna manera han superado al maestro, pero que jamás hubiesen podido ser lo que fueron sin su enseñanza. Mientras tanto, los amantes del suspenso permanecemos en la esperanza de seguir apreciando nuevas piezas del arte del suspenso para deslumbrarnos una y otra vez con todo lo que el cine contemporáneo tiene para ofrecer.
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