Candidatas a Mejor Película 2020/21
- Sound of Metal
- El Juicio a los 7 de Chicago
- Una joven prometedora
- El padre
- Minari
- Mank
- Nomadland
- Judas y el Mesías Negro
Comentario de “Sound of Metal” (Dir: Darius Marder, 2019) por Luis Ángel Guadarrama Galván
Sound of metal, película nominada al Óscar en seis categorías, entre ellas mejor película y mejor actor, se estrena en diciembre de 2019 por Amazon Prime al comienzo de la pandemia. Si bien es lamentable el hecho de no poder verla en cines ello no la limita en transmitir su mensaje.
Ruben, protagonizado por Riz Ahmed, es un baterista que con su novia Lou (Olivia Cooke), conforman un dúo de heavy metal que está de gira por Estados Unidos. Un día, súbitamente, pierde la audición. En definitiva, el silencio no es otra cosa que un personaje más en la trama, uno que atraviesa e irrumpe de golpe en la vida de nuestro protagonista. Aprender a vivir con él no es una opción, para Ruben, como cualquier otra cosa, tiene arreglo. Es así como tiene altas expectativas y cree que puede mantener su estilo de vida, hacer de cuenta que nada pasó, restándole importancia al asunto. Sin embargo, negar los hechos no lo lleva a buen puerto, lo excede el silencio y la impotencia.
La película se destaca por su edición de sonido y por sus actuaciones, entre las cuales no se puede dejar de mencionar la de Paul Raci como Joe, que acompaña como instructor a Ruben (Riz Ahmed, primer actor de ascendencia pakistaní en ser nominado a Mejor actor). Retomando el primer punto, vale la pena estar atento al contraste sutil pero marcado que la película propone respecto a los sonidos. La tensión entre lo que nosotros escuchamos y lo que Ruben no puede escuchar es un recordatorio constante del punto de no retorno al que nuestro protagonista se enfrenta durante todo el film. Así como se planteó el dilema perceptual del árbol que cae y nadie lo escucha, el film plantea: ¿Qué sucede cuando un sujeto deja de escuchar? Todos lo vemos, pero… ¿existe? ¿de qué manera?
Siguiendo con dicho planteo, un hecho a destacar es la inclusión del lenguaje de señas y otros medios que utilizan las personas con sordera para comunicarse. La creación de instrumentos semióticos es una herramienta que Vigotsky ubicó tempranamente a principios del siglo XX. El lazo que se entabla con el otro a través del lenguaje (sea o no de señas) cumple un papel de contención relevante y alentador en la obra. Así como le recuerda al protagonista que no está sólo, nos interpela a nosotros como espectadores ya que visibiliza la vida de una persona sorda.
Es así como el film nos impacta al plantear la incertidumbre entre el temor y la esperanza luego de que acontece lo traumático, pero no como algo negativo, sino como una contingencia de la vida con potencia creadora. No vale la pena, en este caso, quedarse con la frase de Nietzsche "La vida sin la música es sencillamente un error, una fatiga, un exilio", el film avanza un paso más y se atreve a plantear que la vida sin escuchar no es un error ni una discapacidad, sino otra forma de transitar la existencia.
UNA ODA A LA REVELACIÓN:
Comentario de "El juicio a los 7 de Chicago" (Dir: Aaron Sorkin, 2020) por Dana Lais Zambiasio
Sinopsis: En 1969 se celebró uno de los juicios más populares de la Historia de Estados Unidos, en el que siete individuos detenidos durante una manifestación en contra de la guerra de Vietnam fueron juzgados tras ser acusados de conspirar en contra de la seguridad nacional. Su arresto se produjo a consecuencia de unos disturbios contra la policía y el juicio, impulsado por el nuevo fiscal general, fue claramente político, dando lugar a una serie de conflictos sociales -manifestaciones, movimientos ciudadanos, impulso de los derechos civiles- que pasarían a la posteridad en una época de grandes cambios en los Estados Unidos.
"El juicio de los 7 de Chicago" es la ágil recreación de Aaron Sorkin de una porción de la vida real de uno de los dramas políticos más famosos de los tribunales estadounidenses, en el contexto de las innumerables protestas sociales enmarcadas en el periodo de la guerra de Vietnam. Hay muchos aspectos de relevancia que atraviesan esta historia, que sin dudas la convierten en una obra crítica, enérgica y movilizadora.
En el transcurrir del juicio a los siete protestantes acusados de comenzar los disturbios con las autoridades policiales, surgen de forma constante valiosos discursos sobre la paz y la guerra, la justicia y el racismo, la democracia y el orden. Por ello, por mucho y variado que pueda comentarse sobre la escritura y la dirección de Sorkin, (algunos dirían que es una película mejor escrita que dirigida) hasta las opiniones más discrepantes se encontrarían en un punto: Es una película importante, que no podría reflejar de manera más explícita la visceralidad, tanto política como social, de un eco más que reconocible en las proximidades de la realidad actual estadounidense.
Es destacable que, aunque la guerra de Vietnam atraviesa transversalmente a la historia, se consideran aspectos de la condición humana que atañen a las personalidades de los siete acusados. Si bien todos se rebelan con efervescencia contra la guerra, son muy diferentes y fácilmente identificables, con sus propias virtudes y sus propios defectos. Cada uno posee características particulares, evidenciando que son representantes de diferentes grupos de una misma sociedad. Esto hace que difieran en métodos y tácticas, lo que genera confrontaciones internas y dilucida exponencialmente la incapacidad de separar el ego del idealismo. Se producen así enfrentamientos y búsquedas de dominación y liderazgo, a partir de los cuales pareciesen perderse de vista las (grandes) ideas en común.
A modo de ilustración; tenemos a David Dellinger (John Carroll Lynch), que es un pacifista intransigente, a Seale (Yahya Abdul-Mateen II), como el co-fundador del partido de los Chicago’s Black Panthers, a Fred Hampton (Kelvin Harrison Jr.), quien está a favor de métodos más bien confrontativos y a Hoffman, que es un excéntrico con clarísimas habilidades interpersonales interpretado por Sacha Baron Cohen quien con frecuencia está en desacuerdo con Hayden, un avatar limpio de rectitud interpretado por el fantástico Eddie Redmayne.
La película está plagada de simbolismos, de momentos rebosantes de acción y reacción que ponen la piel de gallina. Recrea atmosferas caóticas y viscerales que bien retratan los aires de protesta y conflicto de los Estados Unidos durante los años de la guerra, presentando además problemas que se entremezclan con la realidad actual como ingredientes de una misma receta: El abuso del poder, la respuesta hostil de las autoridades y el racismo. No pudiendo dejar de mencionar la poca (cuando no nula) imparcialidad en la sala de juzgado por parte de un juez que, a partir de su desempeño en este caso, es famoso por su inoperancia.
Como escribe A.O.Scott para “The New York Times” en su crítica ‘The Trial of the Chicago 7’ Review: They Fought the Law (1):
“No es como ahora, pero las analogías son suficientes para hacerte pensar en lo que sucede en una democracia cuando el poder estatal se enfrenta a la disidencia popular. Un desorden caótico y ruidoso. Una tragedia y una farsa. Y eso es si tenemos suerte.”
El Juicio de los 7 de Chicago es revisionista, sin dudas una película muy poderosa y significativa tanto desde lo histórico como desde lo performativo. Las imágenes de los conflictos reales se entrelazan con los recreados en la ficción, y configura un resultado que, a los fines de la contemplación histórico-crítica, funciona perfectamente.
Es emocionante e inspiradora. Es una oda a la revelación.
Desde 1929, año en que se celebra la primer ceremonia de entrega de premios, hasta el año en curso, es decir, 2021, solo siete mujeres han sido nominadas como mejores directoras: Lina Wertmüller, por Pascualino: Settebellezze (1977), Jane Campion, por The Piano (1994), Sofia Coppola, por Lost in Translation (2004), Kathryn Bigelow, por The Hurt Locker (2010) y Greta Gerwig, por Lady Bird (2018) y las dos candidatas de este año; Chloé Zhao, por Nomadland y Emerald Fennell, por Promising Young Woman. Hasta el momento, la única ganadora fue Kathryn Bigelow en 2010. Una controversia reciente muy conversada respecto de la selección de candidatxs a mejor dirección es la ocurrida el año pasado (2020), donde Martin Scorsese fue candidato a la estatuilla por su film The Irishman pero no Greta Gerwig por su obra Little Women. Anna Smith, presentadora del podcast feminista Girls on Film y presidenta del London Film Critics' Circle nos planteó en su momento: "Es extraño, este año tenemos películas llamadas El irlandés y Mujercitas, ¿y adivina a cuál le va a ir mejor?".
Es evidente que la minusvaloración de las obras creadas y representadas por mujeres en este tipo de eventos refleja una parte de la realidad de la industria del cine, su claro sesgo machista y los llamados “techos de cristal”. A pesar de la situación crítica que atraviesa la industria del espectáculo debido a la pandemia global originada por el Covid-19, tal vez este año se genere una grieta significativa o un punto de inflexión crucial donde no solo atestigüemos que hay dos mujeres nominadas a mejor directora (como hito histórico), sino que tal vez una de ellas y su trabajo pueda ser reconocido con una estatuilla de oro.
Este largometraje destaca, ante todo, por la amalgama de géneros en la que se desarrolla y, a su vez, por el logrado equilibrio entre todos ellos. El guión, también obra de la misma Fennell (nominado a Mejor Guión Original), nos mueve entre la comedia negra, un thriller de venganza y un drama con sólidas denuncias contra las conductas misóginas en diferentes ámbitos de la sociedad. Podríamos pensar que esta obra es la más tajantemente feminista del año y que incursiona en temáticas de denuncias muy actuales, tanto el abuso sexual, la complicidad entre varones, el habilitamiento por parte de las instituciones a conductas abusivas y sexistas. Lo interesante de este film es la forma en que aborda todas estas cuestiones. Por momentos pareciera que estamos espectando una comedia romántica y de un vuelco nos encontramos frente a escenas de lo más crudas y realistas.
No creemos necesario plasmar con tanto detalle el magnífico desarrollo de la película, en favor del espacio y de las personas que aun no la han visto. Lo que podemos ofrecer al respecto es lo siguiente; Cassie (Carey Mulligan, nominada a Mejor Actriz) es nuestra joven prometedora, que de cara a la sociedad, es una mujer inteligente, bella y con un futuro favorable dentro de la universidad. Cuando su mejor amiga Nina es abusada sexualmente en una fiesta y a raíz de ello se quita la vida, Cassie decide utilizar esta tragedia como motivación para castigar al mayor número de hombres que le es posible. La selección de estos hombres no es azarosa en absoluto, sino que a través de modos muy sutiles e ingeniosos los engaña haciéndoles creer que está borracha hasta la médula para evidenciar cuál de ellos es un abusador que pretende aprovecharse de su supuesto estado. Sin embargo, su objetivo principal es vengar a su amiga de su violador y sus cómplices. A medida que se desarrolla la película se manifiestan potentes denuncias, a veces con mucha gracia y otras con una transparencia dolorosa, con respecto a estos abusos, también a quienes forman parte del silencio cómplice (tanto personas como instituciones), también a las expectativas que tiene la sociedad respecto del comportamiento de las mujeres y muchas otras que sutilmente se desarrollan a lo largo del film.
Cuando los paradigmas reales se reflejan en la ficción ¿es un film “polémico” o simplemente una forma de encarnar en imágenes esas dispersas historias de dolor?
La incipiente directora ha declarado que el final de su obra simplemente representa la realidad. Si hay algo que demuestra este final, que puede resultar incómodo e injusto, es que la impunidad y la hipocresía del patriarcado siguen vivas y que visibilizando las formas de violencia y desnaturalizandolas es posible repensar nuestros actos cotidianos, nuestras decisiones de complicidad y nuestros micromachismos, que con la proporción justa pueden desencadenar una terrible tragedia.
Fennell con su aguda obra nos muestra la cantidad de actitudes y posicionamientos en relación a la violencia patriarcal y nos permite repensar las propias. Pero eso no es todo lo que esta película representa. Nos arriesgamos a decir que además de introducirse en nuestras entrañas y en nuestras conciencias como espectadores, también representa una ingeniosa vuelta de tuerca en relación al tipo de historias que pueden ser contadas en el cine y el poder que eso conlleva. Celebrar que estas dos mujeres talentosas se encuentren entre lxs candidatxs al máximo galardón, es también celebrar que somos testigxs de las nuevas formas y la evolución más justa e inclusiva del séptimo arte.
Comentario de “El Padre” (Dir: Florian Zeller, 2020) por Pablo Faienza
Sinopsis: Un hombre de 80 años, mordaz, algo travieso y que tercamente ha decidido vivir solo, rechaza todos y cada uno de los cuidadores que su hija Anne intenta contratar para que le ayuden en casa. Anne está desesperada porque ya no puede visitarle a diario y siente que la mente de su padre empieza a fallar.
¿El ocaso? ¿El fin? ¿El declive?
Un relato vivaz y emotivo, muy recomendado de embarcarse.
Sinopsis: Un hombre de 80 años, mordaz, algo travieso y que tercamente ha decidido vivir solo, rechaza todos y cada uno de los cuidadores que su hija Anne intenta contratar para que le ayuden en casa. Anne está desesperada porque ya no puede visitarle a diario y siente que la mente de su padre empieza a fallar.
¿El ocaso? ¿El fin? ¿El declive?
Este film de corte dramático bien podría presentarse como del más auténtico y verdadero terror. Sería un tanto impreciso decir que nos inmiscuimos en la historia de Anthony, un hombre de avanzada edad con problemas de memoria, ya que lo cierto es que la narrativa, en primera persona, te ubica cómo es que esta "historia" es liquidada escena tras escena. Se experimenta en carne propia la caída de todo pilar representante de la personalidad del protagonista, cuya obstrucción de la percepción y la realidad se vuelve más oscura a medida que avanza la película. Un paso a paso resolviéndose en un irrefrenable camino hacia las penumbras del conocimiento.
Los tres actos alcanzan y sobran para ilustrar este movimiento regresivo de Anthony a los estadios más arcaicos y de mayor desvalimiento de un ser humano... la indefensión ilustrada en la última escena es excelsa, y desazona la imposibilidad de ese querer retornar a un paraíso perdido. Aquí no hay espectros ni esperpentos... aquí lo tétrico es lo crudo y vivo de la amenaza: como si Zeller nos gritara "¡Teman, señorxs! ¡Estas sombras son reales!".
Por momentos de la película perdemos el hilo y no sabemos qué está ocurriendo… y eso es genial. Pero de ninguna manera se podría considerar a esta una pieza pretenciosa o que busque no ser entendida. El trabajo de edición es fundamental para concebir la ilusión de extemporaneidad, donde logra confusión, pero se permite comprenderla en su producto final.
Los escenarios del “departamento” acompañan los estados de irrealidad en los momentos precisos y (aunque de manera muy sutil) éstos rememoran estar presenciando una obra de teatro, dato no irrelevante, ya que Florian Zeller es director teatral. Con respecto a las actuaciones… ¿qué decir? ¡Son majestuosas! Dos ganadorxs del Oscar y nuevamente candidateadxs en esta ocasión: Olivia Colman (The Favourite, The Crown), transmite la frustración de un personaje dolido de amar, puesta en jaque ante la presión de realizar su propia vida; Anthony Hopkins condensa de talento la pantalla con esta representación de un sujeto en las antípodas de la muerte psíquica... Definitivamente, de las mejores interpretaciones que nos pudo dar. La dinámica entre ellxs es satisfactoria y te envuelven con su angustia ante un panorama desolador que los ubica en un futuro… ¿sin esperanzas?
Los tres actos alcanzan y sobran para ilustrar este movimiento regresivo de Anthony a los estadios más arcaicos y de mayor desvalimiento de un ser humano... la indefensión ilustrada en la última escena es excelsa, y desazona la imposibilidad de ese querer retornar a un paraíso perdido. Aquí no hay espectros ni esperpentos... aquí lo tétrico es lo crudo y vivo de la amenaza: como si Zeller nos gritara "¡Teman, señorxs! ¡Estas sombras son reales!".
Por momentos de la película perdemos el hilo y no sabemos qué está ocurriendo… y eso es genial. Pero de ninguna manera se podría considerar a esta una pieza pretenciosa o que busque no ser entendida. El trabajo de edición es fundamental para concebir la ilusión de extemporaneidad, donde logra confusión, pero se permite comprenderla en su producto final.
Los escenarios del “departamento” acompañan los estados de irrealidad en los momentos precisos y (aunque de manera muy sutil) éstos rememoran estar presenciando una obra de teatro, dato no irrelevante, ya que Florian Zeller es director teatral. Con respecto a las actuaciones… ¿qué decir? ¡Son majestuosas! Dos ganadorxs del Oscar y nuevamente candidateadxs en esta ocasión: Olivia Colman (The Favourite, The Crown), transmite la frustración de un personaje dolido de amar, puesta en jaque ante la presión de realizar su propia vida; Anthony Hopkins condensa de talento la pantalla con esta representación de un sujeto en las antípodas de la muerte psíquica... Definitivamente, de las mejores interpretaciones que nos pudo dar. La dinámica entre ellxs es satisfactoria y te envuelven con su angustia ante un panorama desolador que los ubica en un futuro… ¿sin esperanzas?
Un relato vivaz y emotivo, muy recomendado de embarcarse.
Comentario de “Minari” (Dir: Lee Isaac Chung, 2020) por Dana Martínez
Quinto largometraje de Lee Isaac Chung, film con tintes autobiográficos. De una producción estadounidense pero escrita, dirigida y protagonizada por coreanos. Minari es una película sencilla de ver, pero que cada escena hasta cada plano está súper cargado de drama, el cual te lleva a vivir a flor de piel lo que están pasando los protagonistas.
Una joven pareja con dos niños, se va de Corea para poder tener una mejor vida en Estados Unidos. La película aborda temas como la importancia de la familia, la unión, la identidad, la obsesión de alguien que quiere adaptarse a un mundo nuevo, a un nuevo lugar y poder llevar a cabo sus sueños o metas o específicamente como se refiere en el film “el sueño americano”.
El film está compuesto por ritmo lento, pero que fluye de una forma natural. Pareciera que muchas veces no suele pasar nada en pantalla, pero todo termina uniéndose a medida que corre la cinta. Todo termina teniendo un sentido. Lee hace un trabajo extraordinario en crear un film no solo poético, si no, también complejo, pero como dijimos antes sencillo de ver. Complejo por los temas que elije mostrar al espectador, aquellos que están planteados no solo de forma explícita con diálogos o acciones. Si no aquellos temas que están cargados con nostalgia, con amor, con conflicto y que están acompañados por recursos muy bien utilizados, como el sonido, la imagen, planos y, su fotografía. Las cuales están plasmadas perfectamente para ubicarnos en espacio y tiempo a final de los años 80, y lo que nos dejan empatizar con cada vivencia de cada personaje, no solo los estamos viendo si no, que nos acercamos a ellos y los entendemos. Todo esto termina cerrando cuando uno se deja llevar por la obra.
Lee Isaac no solo nos deja un film como cualquier otro, si no que nos deja una pequeña parte de él, de sus vivencias, de cómo alguien extranjero se adapta y sobrevive a un nuevo lugar.
En el último tiempo se ha utilizado mucho la frase “es una carta de amor al cine” para hacer referencia a aquellas obras cinematográficas que hacen referencia al propio esplendor del cine, como si, a modo de metalenguaje, estuvieran hablando de sí mismos. Se dijo esto en referencia a películas como “Once upon a time in Hollywood” de Tarantino o “Birdman” de Iñarritu, pero si hubiera que hablar de una verdadera carta de amor al cine, no cabe dudas de que “Mank” es algo así como una encíclica en su máxima expresión.
La película, dirigida por David Fincher (el mismo director que se encuentra detrás de “The Fight Club”, “Seven” y “The social Network”, entre otras grandes obras), nos cuenta la breve historia de la relación entre Orson Welles y Herman J. Mankiewicz, relación que surge y se sostiene en base a la producción de un guion para el nuevo proyecto cinematográfico de Welles. El desarrollo de la trama es básico debido a que el foco de la película no está puesto en ella, sino que nos sirve como excusa para enfatizar y recalcar el esplendor del bello Hollywood de la década del ’30. Mankiewicz (Mank) se nos presenta como un escritor muy querido y respetado en la naciente industria del espectáculo, sin embargo, el consumo problemático de alcohol y su soberbia poco profesional, lentamente fueron arrojándolo al sendero de la decadencia, sendero que, como ya es sabido, en Hollywood pareciera no tener puerta de retorno. Sin embargo, Welles (que en ese entonces era un joven, pero respetado director) le ofrece la oportunidad de reivindicarse con redacción de un guion para su nueva película.
Fincher pone gran atención en intentar develar cada detalle que pudiera acercarnos a nosotros, como espectadores, a hallarnos como si estuviéramos viviendo realmente en la “Belle Epoque” del cine. La visita por los decorados, la presencia de grandes personajes que hoy son historia, las discusiones de la época, las diferencias sociales y culturales, la influencia del momento político y de la gran depresión, la referencia a los medios un tanto oscuros mediante los cuales se fueron enriqueciendo las grandes compañías de la industria, todo bajo un lujo de detalle muy bien cuidado y muy sobresaliente. Mank es una verdadera carta de amor al cine (y un poco también a la academia) porque, justamente, habla por y para el cine desde la mirada de un director que se caracteriza por ser, no sólo un gran creador de contenido, sino también, un amante del séptimo arte.
La actuación de Gary Oldman no deja lugar a las críticas maliciosas. Es asombrosa, como quien dice: sublime. Desde el primer minuto hasta el final va marcando el ritmo de toda la narrativa del film como si él mismo estuviera obligando a que todo suceda de acuerdo a su parecer. El monologo (casi) final donde arremete contra Mayer y contra todos los socios de la compañía en un pésimo estado de ebriedad es directamente extraordinario, no solo por lo que en él se desarrolla (mérito del guionista), sino por el ritmo y la soberbia con la cual el actor lo interpreta. Me animaría a decir sin miedo a equivocarme que nadie lo hubiera interpretado de una mejor manera.
Ahora bien, desde la humilde opinión de quien escribe (que no es cineasta ni crítico de cine), la película tiene algunos defectos que vale la pena mencionar. Principalmente uno: En ciertos aspectos es pretenciosa. MUY PRETENCIOSA. Desde el vamos, parece ridículo que esté filmado en blanco y negro. Es como si estuviera escrito en un decálogo santísimo que las películas referentes a los años treinta tienen que sea proyectadas en blanco y negro porque así se proyectaban en esa época.
Aun así, y pese a las criticas con las que pudieran o no estar de acuerdo, no cabe dudas de que Mank es una película extraordinaria que vale la pena ver una y otra vez por la excelencia de su dirección y por la complejidad que se esconde en su simpleza. Mank es una de esas obras que te dejan un sabor placentero e indescifrable luego de los títulos que nos recuerdo lo bello y magnifico que puede ser el séptimo arte.
“Necesito trabajo, me gusta trabajar” dice Fern, interpretada por la enorme y siempre efectiva Frances McDormand. La actriz de «Fargo» y «Tres Carteles por un Crímen» se pone en la piel de una mujer que ha visto como su trabajo, su marido, su pueblo, han ido desapareciendo; una mujer que, en el aferrarse a vieja vajilla y algún que otro traste más, se mantiene suspendida en el tiempo.
Trabajos temporales mal pagos, el frío que le cala los huesos en su destartalada van, con la que recorre caminos y caminos, un puñado de vínculos (Charlene Swankie, Linda May) y la férrea convicción que los recuerdos le otorgan sobre un pasado de “gloria” por contraste a un presente calamitoso, son los puntos que harán avanzar narrativamente un relato sobre pérdidas, heridas y sobre un Estados Unidos en el que el avance de la automatización de tareas laborales, la precarización, la marginalidad y el descarte, marcan el pulso de la economía.
La realizadora Chloé Zhao se permite combinar dos géneros, el drama social y la road movie, para relatar la historia de Fern, una mujer que ama la música, caminar, y errabundear por el mundo. Ella se convierte, aún con su entrada edad, en una especie de trabajadora golondrina, nómade, que atraviesa el país en búsqueda de subsistir.
La hija de una excompañera de trabajo le dice: “mi mamá me dijo que vos sos una homeless” -sin hogar-. A lo que Fern, estoica, responde “soy una houseless” -sin casa-, resistiendo siempre frente a la mirada del otro.
Porque de eso también habla la propuesta, del constante ejercicio y evaluación ante la atenta mirada del otro, que desconoce el pasado, presente y futuro de esa frágil y, a la vez, fuerte mujer. Alguien que debe rendir examen ante un mundo que le ha pasado por encima sin siquiera detenerse a voltear la cara y observar qué dejó en el camino.
“Creo que paso mucho tiempo recordando” enuncia a una especie de gurú de los nómades Fern, y en su constante devenir y andar, Zhao registra cada instante de la mujer como si fuera la última oportunidad que tuviera el espectador para verla.
Resiliencia, fortaleza, identidad, pero también sororidad, amistad, compañerismo, con una puesta en escena modesta, ascética, que construye en la idea de registro cuasi documental la no injerencia de su mirada en un relato que sorprende por la notable interpretación de McDormand. La actriz es un verdadero camaleón escénico, que se desnuda en cuerpo y alma en sus acciones, pero que no deja de reiterar algunos lugares comunes y subrayados en su estructura, clásica y lineal, narrativa.
Lo que Judas y el mesías negro describe es cómo se llegó al hecho histórico del 4 de diciembre de 1969 en Chicago: cómo se cruzaron las vidas de Hampton, líder de los Panteras Negras (Daniel Kaluuya) y O'Neal (Lakeith Stanfield), informante del FBI; la situación política en la Chicago de fines de los '60; y la obsesión del mandamás del FBI (un siniestro Edgar Hoover interpretado por Martin Sheen) y de su agente Roy Mitchell (Jesse Plemons) por desbaratar la creciente popularidad y poder de ese joven líder revolucionario (de ideología marxista) de apenas 21 años al que llamaban el Black Messiah.
Más allá de las referencias a (y analogías con) Judas y al Mesías, este film coescrito y dirigido con notable pulso por Shaka King apuesta al thriller, con intensas escenas de acción incluidas, pero sin descuidar la profundidad psicológica, el contexto histórico (hay incluso unos fragmentos documentales con un testimonio que O'Neal ofreció en 1987 para la docuserie Eyes on the Prize), la mirada sociopolítica muy a tono con estos tiempos del Black Lives Matter y hasta la historia de amor entre Hampton y Johnson (Dominique Fishback). Aunque con sus evidentes diferencias, King recorre un camino con varios puntos en común con El infiltrado del KkKlan (BlackKklansman), de Spike Lee.
La trama arranca en la Chicago de 1968. O'Neal es un ladrón de autos que usa una placa falsa del FBI como forma de amedrentar a sus víctimas. Una vez atrapado, se lo amenaza con una condena a muchos años de cárcel o... trabajar para la agencia como infiltrado dentro de los Panteras Negras. O'Neal hace tan bien su papel que al poco tiempo es chofer de Hampton y luego asume como Jefe de Seguridad, un cargo clave ya que la policía se la pasaba hostigándolos.
Brillante orador, formador de nuevos cuadros, organizador e inteligente estratega, Hampton intentó que otros grupos negros como los Stones, los Crowns y los Disciples se sumaran a los Panteras tanto en la lucha política como en el trabajo social dentro de la comunidad, pero finalmente la Rainbow Coalition quedó limitada a su partido y un par de grupos menores de afroamericanos y latinos. Tras cumplir una condena por un delito menor (inventado), Hampton extremó aún más su discurso y allí es donde Hoover entró en escena con todos los medios a su alcance.
Héroe y mártir, el carismático Hampton es mostrado en la película de manera humanizada y creíble. Lo mismo ocurre con un personaje mucho más contradictorio como O'Neil, un traidor que sin embargo por momentos parece muy a gusto y convencido con el discurso de los Panteras. Las actuaciones de Daniel Kaluuya (el protagonista de ¡Huye!) y Lakeith Stanfield son excelentes, al igual que los aportes de Plemons y Sheen como los villanos de turno, y el resto del elenco.
La película habla del pasado para (re)pensar el presente. La historia de Hampton es parte de una saga de magnicidios que incluyeron a Martin Luther King y Malcolm X, entre varios otros. Pero no estamos ante un film solemne y aleccionador, sino ante una muy lograda combinación de cine de género con drama histórico que reivindica la figura de Hampton pero no cae en la bajada de línea. Un relato concebido con las herramientas más nobles de la ficción para reconstruir una de las páginas más dolorosas de la historia de los Estados Unidos.
Referencias
(1) ‘The Trial of the Chicago 7’ Review: They Fought the Law
https://www.nytimes.com/2020/09/24/movies/the-trial-of-the-chicago-7-review.html
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