El escape de Nnya: El silencio de las infancias a lo largo de la historia

Advertencia a quien lea. La intención de este cuento, de índole surrealista, es recopilar la cronología sobre el silencio de la niñez a lo largo de la historia: concepciones sobre las infancias según la época, desde la mas pretérita a la mas actual, así también como los  eventos mas importantes que significaron el cambio de las lógicas de abordaje. Todos los elementos del relato tienen su punto de referencia: entre ellos, se optó por introducir a Nnya como protagonista femenina. 


Por Pablo Faienza (*)

¿Por qué les quiero contar la historia de Nnya? ¿Por qué no circundar en los biblioratos con la cientificidad y rigurosidad que el tema amerita?  Probablemente porque no me es posible ubicar a Nnya sin darle un contexto. Y, sobre todo, por la tentación de hacer de Nnya protagonista de su propia historia, portadora de su propia voz, y no una simple espectadora, reducida a un elemento más del relato. Ésta no es una historia terminada, sino que se sigue escribiendo, día tras día, lucha tras lucha.

Empecemos: Al principio nada era como ahora. El teísmo dominaba la escena a lo largo de un gran imperio gobernado por El Patriarca, quien se facilitaba de aquél para ejercer su poderío sobre los más débiles, de manera cruel y discriminatoria, siempre manteniendo el statu quo, haciendo su propia justicia y decidiendo sobre la vida de las personas… Bueno, quizás no era tan distinto a como es ahora. Nnya aún no hablaba, no porque no pudiera, sino que no se lo permitían: carecía del derecho sobre sí misma. El Patriarca era el dueño de todo lo conocido, lo que primaba y se premiaba en una sociedad.  La medición de todo pasaba por lo numérico, todo se cuantificaba… incluso Nnya. El Patriarca convivía con Nnya, la concebía suya, y se sentía con toda la libertad de hacer absolutamente lo que quisiera con ella. La sociedad y cultura caracterizada por el desprecio hacia Nnya se gestó en base al abuso de poder que ejercía el Patriarca.

El día que Nnya escapó de la ciudad, fue cuando escuchó que una de las súbditas de su padre golpeaba muy fuerte la puerta de su vivienda. Parecía preocupada. Aquél la atendió afuera de la casa, con animoso malestar. Nnya hizo un esfuerzo para escuchar desde su habitación, ya que no era habitual que una esclava viniera a hablar directamente con su padre sin intermediario: “¿Dónde sería esta Convención?” preguntaba su padre, también preocupado. “No tenemos mucha información. Se estaría organizando en la ciudad de Fenuci… La quieren a ella. Quieren darle voz”. “No la van a tener”, respondió tajante El Patriarca.

Nnya se estremeció, sabía que hablaban de ella, pero no comprendía del todo. ¿Convención? ¿Fenuci? No conocía esa ciudad, ni había oído mencionarla. No estaba segura si se encontraba dentro de los parámetros del imperio. Pero algo la había movilizado. No era solo el hecho de que la esclava habló de “voz”, sino que se refirió a Nnya como “ella”.  Fue como un impulso ciego que, impidiéndole someter racionalmente sus actos, la obligó a salir por la ventana y echar a correr hasta la salida de la ciudad. El escape fue más fácil de lo que creyó, nadie había percatado su ausencia, quizás a raíz de que ninguna persona esperaba algún tipo de reacción de su parte. Se dirigió hacia adelante, en línea recta… ¿acaso había otra forma de concebir el camino?

Todo lo que siguió no fue fácil. Nnya tuvo que padecer en demasía debido a la influencia del Patriarca en todas las ciudades que recorrió durante su travesía. Nadie le brindó información sobre la Convención, solo recibía una gran cantidad de improperios (tales como que carecía de alma y que merecía un gran castigo, golpes o incluso la castración). Muy pocas personas se interesaban en escucharla, y las que lo hacían, no se mostraban muy convencidas con su palabra. De hecho, cuando refería a los malos tratos del Patriarca, muchos huían despavoridos, ya sea por desestimar su testimonio o por miedo a las represalias.

Fue en una ciudad llamada Pisar, de las más glamorosas del imperio, cuando un grupo de académicos se tomó el tiempo de escuchar todo lo que ella tenía para decir, incluso tocando un tema del que nunca había podido hablar antes: la seducción por parte del Patriarca. Tardieu estaba dispuesto a proponerle a la sociedad la oportunidad de creer en la palabra de Nnya, sumamente impensado en ese momento, y Bernard que no salía de su asombro al saber que quien más profanó de Nnya era uno de sus cercanos. Brouardel, por otro lado, era el más entusiasmado con el tema tras estos descubrimientos. Fue el encargado de movilizar a la comunidad al grito de “¡los atentados contra la moral!” por los pasillos de la Universidad de Medicina.  Por supuesto que esto exaltó a todo el mundo más allá de la ciudad. Era una total injuria creer en la palabra de Nnya, por eso es que el Patriarca, al enterarse de estos eventos y alterado al ver que perdía control sobre su sometida, encontró en un personaje llamado Fournier –uno de sus “hijos sanos”– el salvataje que necesitaba. Éste influyó en Brouardel para que comenzara a abandonar su discurso, pasando de estos gritos arrebatados por los pasillos de la academia, al “ya no creo en mi retórica”: después de nuevas investigaciones, optó por echar a la basura sus primeros descubrimientos, desestimando el discurso de Nnya y considerando que, de 10 de sus palabras, entre 6 y 8 eran falacias.

Ante tales eventos desafortunados, Nnya decidió salir inmediatamente de Pisar, sintiendo que sus esperanzas se desvanecían. De la Convención en Fenuci no había podido averiguar nada. Cuando se dirigía al camino de salida de la ciudad, divisó una horda de personas que estaban realizando disturbios en las calles: nadie debía decirle que aquel tumulto de gente que allanaba las viviendas la estaba buscando a ella para llevarla delante del Patriarca nuevamente. Se sentía aturdida, menoscabada, perseguida y abandonada. No lo pensó demasiado, se dirigió a la única casa que parecía deshabitada, y entró para esconderse. Fue fácil, la puerta estaba abierta. Una vez dentro, trancó el acceso con una silla que encontró. Al darse vuelta, se sobresaltó al encontrar a un hombre sentado –¿en una especie de sofá?–, observándola en silencio y con un cigarro en la mano. Éste, muy amablemente, le preguntó a qué debía el agrado de su visita. Dialogaron un rato. En contraste con la impresión que le había causado el reciente retroceso, empezó a experimentar esa extrañeza de sentirse… ¿distintamente escuchada? ¿comprendida? Antes de que pudiera identificarlo, un silencio sepulcral inundó la habitación. Parecía que alguien quería entrar a los golpes. Nnya observó al hombre, que la miró con desilusión, sabiendo que no podía serle de mucha ayuda: “Estoy más solo de lo que puedes imaginar”, dijo, como si le hubiera leído la mente. De todas maneras, se incorporó para acompañarla a un cuarto contiguo en el que detrás de una caja, se escondía una pequeña ventana. La abrió y le indicó que siguiera el sendero, donde encontraría a algunas personas que la ayudarían a avanzar hacia la ciudad aledaña. Nnya acataba las indicaciones, pero estaba visiblemente asustada escuchando cómo los golpes se hacían cada vez más fuertes. El hombre, al ver el estado de Nnya, buscó entre los estantes y le alcanzó un pequeño objeto, indicándole que era un obsequio suyo para que la acompañara en el camino: un caballito de madera. Nnya emprendió el camino. Al final del sendero se encontró con unas personas que le brindaron refugio hasta que finalmente pudo salir de la ciudad. Durante el periodo de convivencia se sorprendió por el trato que recibió de estos sujetos que, al igual que aquel individuo del “sofá”, no solo le prestaban una enorme atención, mucho más que cualquier otra persona, sino que parecían no juzgarla. Conoció en Melanie y Donald una forma de trato que no había conocido antes.

De todas maneras, la situación había empeorado. La ciudad aledaña parecía estar tan movilizada como Pisar. Además, debió lidiar con Ritalín, un excéntrico personaje al servicio del Patriarca que intentaba utilizar su magia para hipnotizar a Nnya y poder someterla. ¿Cuántos intentos más iba a realizar el Patriarca para afianzar su poder? ¿Qué tanto se iba a moldear a la situación para recuperar aquel sometimiento absoluto? Era apremiante para Nnya la situación, agotadora y agobiante... hasta que un cartel le devolvió la esperanza: “Próxima salida: Ciudad de Fenuci”. Fue como una bocanada de energía que la revitalizó por completo. Ya no le importaba las argucias o trucos de Ritalín, e ignoraba a todo el movimiento en su contra que ahora se hacía llamar “con mi Backlash no te metas”. Con valentía y con fuerza, Nnya atravesó toda la ciudad y logró dar con la tan ansiada ciudad de Fenuci.

A la entrada de esta localidad… nada.

No parecía haber un alma en aquel lugar. Claramente era una ciudad por fuera del dominio del imperio de su padre, sin sus recursos ni infraestructura. ¿Aquí residían los rebeldes que querían “rescatarla”? ¿Por qué es que no fueron a buscarla si realmente querían darle voz?

Totalmente hastiada y al borde de quebrarse, la sobresalta un ruido. Nota que alguien se acerca entre la oscuridad. Era una mujer... una mujer que ella conoció inmediatamente: la súbdita de su padre, aquella que irrumpió en la casa para contarle a éste sobre la Convención. En ese momento se le cruzó la siguiente idea: jamás hubiera escapado de su casa si no hubiera escuchado a esa mujer hablando en voz alta en la puerta de su vivienda... ¿lo habría hecho a propósito? Cuando la vislumbra bien, tenía heridas en su cara (¿el costo de su rebelión?). Ésta toma su mano y le dice: “Llegaste justo a tiempo. Ahora podemos empezar”. Sin mucha idea de lo que estaba sucediendo, se dirige unas cuantas cuadras por las calles vacías hasta que llegan a una suerte de estructura modular bastante grande que parecía estar altamente iluminada del otro lado. “Seguí derecho y pasá esa cortina”. Sintió una gran desconfianza. Temió que todo haya sido una mentira, una horrible escenificación perpetrada por el Patriarca para hacerla sufrir. Hasta que decidió cruzar la cortina…

No había cómo explicar lo que veía.

Se encontraba arriba de un escenario delante de muchas personas. Una inconmensurable cantidad de almas presentes, observando en silencio esperando por escuchar… por escucharla. Se le acercó el micrófono a Nnya. Toda la audiencia de la Convención no hacía bullicio, ahora ellos estaban en silencio, oyendo. 

 “Te estamos escuchando… ¿querés decirnos algo?” dijo la misma mujer. Nnya titubeó, sentía que nunca se la había considerado tanto, de forma tan masiva, como una igual,  como una semejante, como alguienY respondió: “”.

De aquí en adelante, algo había cambiado para siempre. No es necesario que siga contando porque a partir de allí, las lógicas comenzaron a modificarse: Ya no se habló “de ella”... sino “con ella”. Este evento significó un gran progreso para Nnya, un antes y un después de aquel lejano comienzo. El Patriarca seguía pujando por perpetrarse en el poder, pero la resistencia estaba más organizada que nunca, en defensa de aquellos derechos que nunca le fueron concebidos. Es una lucha difícil, larga, que implicaría muchas veces verse abrumados debido al enemigo influyente que se tiene delante, pero que nunca se abandonaría. El Patriarca al dominio, aunque más debilitado, comienza a temer, y ve con terror que el sendero le marca a la larga un descenso inevitable.

    Imagen: tomada de
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