
Por Sabina Zapata
La teoría feminista ha trabajado desde diferentes campos teóricos de las ciencias humanas en la conceptualización crítica de la realidad de las mujeres a lo largo de la historia para dilucidar la naturaleza de la opresión y explotación que se genera y ejerce a través del sistema simbólico, construido socio-históricamente, de sexo-género que deviene en relaciones de desigualdad, y además cuestionar abiertamente las representaciones y estructuras de los discursos de poder patriarcales hostiles. Estos estudios intentan desarrollar una crítica reflexiva y emancipatoria a través de la revisión de los fenómenos históricos que han generado los discursos que establecen las pautas androcéntricas que estructuran a las sociedades patriarcales.
Celia Amorós, en su notable obra Teoría feminista: de la Ilustración a la globalización I (2005), introduce un concepto peculiar y muy interesante que nos sirve para reflexionar acerca de lo que serían los primeros atisbos del entendimiento que nos proporcionan un marco interpretativo de la realidad adversa en que vivimos las mujeres. Este concepto, que da título a esta reflexión escrita, es el de imaginación feminista y hace referencia a cómo ha sido y, en algunos casos es, imposible denotar actitudes o actividades, que muy a menudo suelen ser consideradas inherentes o sustanciales, como magnitudes homogéneas (1) del contexto explotador, misógino y patriarcal. No poder indicar conceptualmente algunas cuestiones puntuales deviene en que el hecho o cuestión se banalice y se lo considere como un acontecimiento insignificante. En su obra, la filósofa nos ofrece el claro ejemplo de «acoso sexual en el trabajo» que, anterior a la categorización, solo era considerado como un hecho trivial donde un jefe hombre hostiga a su secretaria mujer simplemente por insistencia y porque al ser hombre y además un ‘faldero’ se excusan sus actitudes con un discurso, que pareciera ser ontológico, donde el hombre puede y además le corresponde disponer de los cuerpos de otrxs. Podríamos pensar también en vivencias incluso más cercanas a todas y tomamos como ejemplo el «acoso callejero» que tan familiar nos suena. No fue sino hasta hace muy poco cuando se incorpora el término acoso callejero a la Ley 26.485 de Protección Integral para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra las Mujeres como una modalidad de violencia contra la mujer en el Código Penal, que se comenzó a acuñar este término para designar a aquellas actitudes lascivas hostigadoras que, estamos seguras de afirmar, la gran mayoría hemos sufrido en la calle o en algún espacio público. Si bien podíamos identificarlas todas en su amplia amalgama, no nos era posible reunir esas actitudes en un solo término debido a que no estaba conceptualizado aún. En este sentido, para poner en marcha la conceptualización es necesario irracionalizar los mecanismos de dominación para poder pasar el umbral de la anécdota a la categoría (2). Así, la irracionalización lleva a cabo y ofrece las herramientas para vislumbrar y categorizar estas experiencias que vivimos las mujeres como lo que son, es decir, hechos misóginos y opresivos que suceden en un marco estructural de esta misma índole. De este modo, comprendemos que la imaginación feminista nos permite, a través de nuestra experiencia, construir un marco interpretativo de los sucesos para eventualmente resignificarlos dando lugar a un nuevo paradigma.
Este nuevo paradigma feminista depende, en cierta medida, del horizonte último que se plantee, y con esto hacemos referencia al hecho de que existen variadas perspectivas feministas como el feminismo radical, el ecofeminismo, feminismo negro, feminismo disidente, solo por nombrar algunos. Sin embargo, entendemos que un nuevo paradigma feminista (sin puntualizarlo con un último término) significa poder plantear una reconfiguración colectiva del marco social opresor con el fin último de equidad. Este último concepto es entendido como una equidad no estrictamente enfocada en el género, sino más bien una equidad con justicia, comprometida con el mundo en el sentido de aspirar a poder estructurar una sociedad donde las personas se reconozcan en sus diferencias, pero compartan las mismas condiciones sociales de libertad, economía, derechos, etc. Así, el feminismo como teoría deslegitima los discursos dominantes permitiendo que se forjen movimientos activistas que vindican el nuevo paradigma en el espacio público. Cambiar y mejorar las condiciones reales de vida de las mujeres, implica que los sujetos que protagonizamos estas denuncias aunamos la teoría y la práctica para formarnos como sujetos colectivos capaces de generar un cambio a través del activismo. Sin embargo, entendemos que existen diversas realidades, unas más privilegiadas que otras, donde el acceso a información, sobre todo a la información académica, puede estar restringido en cierta forma. Aunque la conceptualización sea muy importante para los avances en materia de derechos, tal vez sea idílico proponer que se unifiquen teoría y práctica como condición necesaria para la formación de sujetos que se comprometan y luchen colectivamente.
Así, la teoría feminista y la práctica activista feminista pueden desenvolverse separadamente y ambas seguirían teniendo en vistas el mismo fin emancipatorio, pero una y otra requieren, en cierta medida, de la imaginación feminista como uno de los mecanismos primordiales que proporciona los primeros atisbos que nos permiten irracionalizar las estructuras opresivas y los contextos de dolor para poder resignificarlos en esta nueva construcción social que nos proponemos.
El feminismo, como movimiento social, tiene más de 200 años de historia y las demandas que unen en reclamo a un amplio grupo de sujetos, pretenden reivindicar la igualdad y justicia que lleva como bandera. La masividad y la visibilidad de nuestro nuevo paradigma, desde sus comienzos hasta la actualidad, hace temblar los cimientos de las sociedades injustas y violentas poniendo en cuestión los umbrales de la sensibilidad frente a las desigualdades de género, frente al sexismo y la violencia. Nuestra forma de organización, nuestras identidades, nuestros cuerpos, la revisión de los conceptos, la irracionalización del desafuero androcéntrico, son todos logros y, además, nuevas pautas motorizantes para la conformación de una nueva estructura de inclusividad social y política.
El feminismo, como movimiento social, tiene más de 200 años de historia y las demandas que unen en reclamo a un amplio grupo de sujetos, pretenden reivindicar la igualdad y justicia que lleva como bandera. La masividad y la visibilidad de nuestro nuevo paradigma, desde sus comienzos hasta la actualidad, hace temblar los cimientos de las sociedades injustas y violentas poniendo en cuestión los umbrales de la sensibilidad frente a las desigualdades de género, frente al sexismo y la violencia. Nuestra forma de organización, nuestras identidades, nuestros cuerpos, la revisión de los conceptos, la irracionalización del desafuero androcéntrico, son todos logros y, además, nuevas pautas motorizantes para la conformación de una nueva estructura de inclusividad social y política.
Imagen: tomada de
https://www.cultura.gob.ar/media/uploads/argentina_ninas.jpg
Bibliografía
(1) (2) AMORÓS, C; de MIGUEL, A. (2005); Teoría feminista de la Ilustración a la globalización I; Madrid: Minerva Ediciones, S.L.
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