Al principio nada era como
ahora. El teísmo dominaba la escena a lo largo de un gran imperio gobernado por
El Patriarca, quien se facilitaba de aquél para ejercer su poderío sobre los
más débiles, de manera cruel y discriminatoria, manteniendo el statu quo,
haciendo su propia justicia y decidiendo sobre la vida de las personas… Bueno,
quizás no era tan distinto a como es ahora. Nnya aún no hablaba, no porque no
pudiera, sino que no se lo permitían: carecía del derecho sobre sí misma. El
Patriarca era el dueño de todo lo conocido, lo que primaba y se premiaba en una
sociedad. La medición de todo pasaba por
lo numérico, todo se cuantificaba… incluso Nnya. El Patriarca convivía con
Nnya, la concebía suya, y se sentía con toda la libertad de hacer absolutamente
lo que quisiera con ella. La sociedad y cultura caracterizada por el desprecio
hacia Nnya se gestó en base al abuso de poder que ejercía el Patriarca.
El día que Nnya escapó de la
ciudad, fue cuando escuchó que una de las súbditas de su padre golpeaba muy
fuerte la puerta de su vivienda. Parecía preocupada. Aquél la atendió afuera de
la casa, con animoso malestar. Nnya hizo un esfuerzo para escuchar desde su
habitación, ya que no era habitual que una esclava viniera a hablar
directamente con su padre sin intermediario: “¿Dónde sería esta Convención?”
preguntaba su padre, también preocupado. “No tenemos mucha información. Se estaría
organizando en la ciudad de Fenuci… La quieren a ella. Quieren darle voz”. “No
la van a tener”, respondió tajante El Patriarca.
Nnya se estremeció, sabía que
hablaban de ella, pero no comprendía del todo. ¿Convención? ¿Fenuci? No conocía
esa ciudad, ni había oído hablar nunca de ella. No estaba segura si se
encontraba dentro de los parámetros del imperio. Pero algo la había movilizado.
No era solo el hecho de que la esclava habló de “voz”, sino que se refirió a
Nnya como “ella”. Fue como un impulso
ciego que, impidiéndole someter racionalmente sus actos, la obligó a salir por
la ventana y echar a correr hasta la salida de la ciudad. El escape fue más
fácil de lo que creyó, nadie había percatado su ausencia, quizás a raíz de que
ninguna persona esperaba algún tipo de reacción de su parte. Se dirigió hacia
adelante, en línea recta… ¿acaso había otra forma de concebir el camino?
Ahora bien, lo que siguió no
fue fácil. Nnya tuvo que padecer debido a la influencia del Patriarca en todas
las ciudades que recorrió en su travesía. Nadie le brindó información sobre la
Convención, solo recibía improperios, tales como que carecía de alma y que
merecía un gran castigo, golpes o incluso la castración. Muy pocas personas se
interesaban en escucharla, y las que lo hacían, no se mostraban muy convencidas
con su palabra. Sobre todo, cuando refería a los malos tratos del Patriarca,
muchos huían despavoridos, ya sea por desestimar su testimonio o por miedo a
las represalias.
Fue en una ciudad llamada
Pisar, de las más glamorosas del imperio, cuando un grupo de académicos se tomó
el tiempo de escuchar todo lo que tenía para decir, incluso llegando a un tema
del que nunca había podido hablar antes: la seducción por parte del Patriarca.
Tardieu estaba dispuesto a proponerle a la sociedad la oportunidad de creer en
la palabra de Nnya, sumamente impensado en ese momento, y Bernard que no salía
de su asombro al saber que quien más profanó de Nnya era uno de sus cercanos.
Brouardel, por otro lado, era el más entusiasmado con el tema tras estos
descubrimientos. Fue el encargado de movilizar a la comunidad al grito de “¡los
atentados contra la moral!” por los pasillos de la Universidad de
Medicina. Por supuesto esto exaltó a
todo el mundo más allá de la ciudad. Era una total injuria creer en la palabra
de Nnya, por eso es que el Patriarca, al enterarse de estos eventos y alterado
al ver que perdía control sobre su sometida, encontró en un personaje llamado
Fournier –uno de sus “hijos sanos”– el salvataje que necesitaba. Éste influyó en
Brouardel para que comenzara a abandonar su discurso, pasando de los gritos
arrebatados por los pasillos de la academia, al “ya no creo en mi
retórica”. Después de nuevas
investigaciones, optó por echar a la basura sus primeros descubrimientos,
desestimando el discurso de Nnya y considerando que, de 10 de sus palabras,
entre 6 y 8 eran falacias.
Ante tales eventos
desafortunados, Nnya decidió salir inmediatamente de Pisar, sintiendo que sus
esperanzas se desvanecían. De la Convención en Fenuci no había podido averiguar
nada. Cuando se dirigía al camino de salida de la ciudad, divisó una horda de
personas que estaban realizando disturbios en las calles. Nadie debía decirle
que aquel tumulto de gente que allanaba las viviendas la estaba buscando a ella
para llevarla delante del Patriarca nuevamente. Ya lo sabía. Se sentía
aturdida, menoscabada, perseguida y abandonada. No lo pensó demasiado, se
dirigió a la única casa que parecía deshabitada, y entró. Fue fácil, la puerta
estaba abierta. Una vez dentro, trancó el acceso con una silla que encontró. Al
darse vuelta, se sobresaltó al encontrar a un hombre sentado –¿en una especie
de sofá?–, observándola en silencio y con un cigarro en la mano. Éste, muy
amablemente, le preguntó a qué debía el agrado de su visita. Dialogaron un
rato. Esa extraña sensación de sentirse… ¿comprendida? Hasta que un silencio
sepulcral inundó la habitación. Parecía que alguien quería entrar a los golpes.
Nnya observó al hombre, que la miró con desilusión, sabiendo que no podía serle
de mucha ayuda: “Estoy más solo de lo que puedes imaginar”, dijo, como si le
hubiera leído la mente. De todas maneras, la acompañó a un cuarto contiguo en
el que detrás de una caja, se escondía una pequeña ventana. La abrió y le
indicó que siguiera el sendero, donde encontraría a algunas personas que la
ayudarían a avanzar hacia la ciudad aledaña. Nnya acataba las indicaciones,
pero estaba visiblemente asustada escuchando cómo los golpes se hacían cada vez
más fuertes. El hombre, al ver el estado de Nnya, buscó entre los estantes y le
alcanzó un pequeño objeto, indicándole que era un obsequio suyo para que la
acompañara en el camino: un caballito de madera. Nnya emprendió el camino.
Al final del sendero se
encontró con unas personas que le brindaron refugio hasta que finalmente pudo
salir de la ciudad. Durante el periodo de convivencia se sorprendió por el
trato que recibió de estos sujetos que, al igual que aquel individuo del
“sofá”, no solo le prestaban una enorme atención, mucho más que cualquier otra
persona, sino que parecían no juzgarla. Conoció en Melanie y Donald una forma
de trato que no había conocido antes.
De todas maneras, la situación
había empeorado. La ciudad aledaña parecía estar tan movilizada como Pisar.
Además, debió lidiar con Ritalín, un excéntrico personaje al servicio del
Patriarca que intentaba utilizar su magia para hipnotizar a Nnya y poder
someterla. ¿Cuántos intentos más iba a realizar el Patriarca para afianzar su
poder? ¿Qué tanto se iba a moldear a la situación para recuperar aquel
sometimiento absoluto? Era apremiante para Nnya la situación, hasta que lo vio…
“Próxima salida: Ciudad de Fenuci”. Fue como una bocanada de energía que la
revitalizó por completo. Ya no le importaba las argucias o trucos de Ritalín, e
ignoraba a todo el movimiento en su contra que ahora se hacía llamar “con mi Backlash
no te metas”. Con valentía y con fuerza, Nnya atravesó toda la ciudad y logró
dar con la tan ansiada ciudad de Fenuci.
A la entrada de esta
localidad… nada.
No parecía haber un alma en aquel
lugar. Claramente era una ciudad por fuera del dominio del imperio de su padre,
sin sus recursos ni infraestructura. ¿Aquí residían los rebeldes que querían “rescatarla”?
¿Por qué es que no fueron a buscarla si realmente querían darle voz?
Totalmente hastiada y al borde
de quebrarse, la sobresalta un ruido. Nota que alguien se acerca entre la
oscuridad. Era una mujer... una mujer que ella conoció inmediatamente: era la
esclava de su padre, la que irrumpió en la casa para contarle a éste sobre la
Convención. Tenía heridas en su cara. Toma su mano y le dice: “Llegaste justo a tiempo. Ahora podemos
empezar”. Sin mucha idea de lo que estaba sucediendo, se dirige unas cuantas
cuadras por las calles vacías hasta que llegan a una suerte de estructura
modular bastante grande que parecía estar altamente iluminada del otro lado.
“Seguí derecho y pasá esa cortina”. Sintió una gran desconfianza. Temió que
todo haya sido una mentira, una horrible escenificación perpetrada por el
Patriarca para hacerla sufrir. Hasta que decidió cruzar la cortina…
No había cómo explicar lo que
veía.
Se encontraba arriba de un
escenario delante de muchas personas. Una inconmensurable cantidad de almas
presentes, observando en silencio esperando por escuchar… por escucharla. Se le
acercó el micrófono a Nnya. Toda la audiencia de la Convención no hacía
bullicio, ahora ellos estaban en silencio, oyendo.
“Te estamos escuchando… ¿querés decirnos
algo?” dijo la misma mujer. Nnya titubeó, sentía que nunca se la había
considerado tanto, de forma tan masiva, como una igual, como alguien… Y respondió: “Sí”.
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